¿Cuánto consume realmente la inteligencia artificial (IA)? La respuesta, hasta hoy, es que no lo sabemos.
Ninguna ley obliga a las empresas a hacer públicos sus datos sobre consumos energéticos o impacto ambiental, y casi todas prefieren mantener esta información en reserva. La continua evolución de los modelos lingüísticos, cada vez más grandes y complejos pero también más eficientes, complica aún más cualquier intento de cuantificación externa.
Lo que sí es cierto es que la electricidad demandada por los data center crece sin parar.
El “monstruo energívoro” de la IA
The Washington Post ha definido a la IA como un monstruo energívoro, alimentado por su rápida integración en sectores muy diversos que van desde la atención al cliente hasta la gestión algorítmica del trabajo y las aplicaciones militares. Incluso los avances en eficiencia terminan siendo absorbidos por el desarrollo de modelos aún más potentes, con un consumo que sigue estando en gran parte vinculado a los combustibles fósiles. Una espiral que está encendiendo las preocupaciones de los gobiernos de todo el mundo.
En países como Irlanda, Arabia Saudita y Malasia, los planes de desarrollo de data center están creciendo más rápido que las nuevas capacidades energéticas. Este desequilibrio genera temores concretos de crisis energéticas, empujando a los responsables políticos a considerar la IA como una amenaza a la seguridad de las redes eléctricas nacionales. La presión por aumentar rápidamente la producción está llevando a muchos gobiernos a reevaluar incluso la reactivación de antiguas plantas.
Desde el desierto de Emiratos Árabes hasta las afueras de Dublín, los data center que alimentan la inteligencia artificial están impulsando una ola de inversiones en proyectos fósiles. Según datos de Global Energy Monitor, se están construyendo más de 85 nuevas plantas de gas en el mundo, destinadas a satisfacer la demanda energética del sector.
En Estados Unidos, el fenómeno adquiere una forma paradójica. Viejas plantas de carbón, ya en declive, están siendo reconvertidas a gas natural. Un atajo que permite conexiones rápidas a la red, pero que podría restar valiosas infraestructuras a futuros proyectos de energía renovable.
Velocidad antes que sostenibilidad
Como ha señalado el analista Carson Kearl de Enverus, “el problema no es la falta de oportunidades, sino la falta de tiempo”. Las grandes compañías tecnológicas compiten por asegurarse conexiones a la red e instalaciones ya existentes, eligiendo el camino más rápido para obtener energía. La sostenibilidad queda en segundo plano frente a la urgencia de alimentar la expansión de los modelos de IA.
Las consecuencias de esta carrera también se reflejan en los gigantes tecnológicos. Google, por ejemplo, ha visto aumentar sus emisiones de CO₂ en un 48% en los últimos cinco años, principalmente debido a la integración de la IA en sus servicios. El objetivo de neutralidad de carbono para 2030 parece ahora más difícil de alcanzar, como la misma empresa ha admitido.
Según la BBC, los servicios basados en IA requieren mucha más potencia de cálculo que las actividades normales en línea y, en consecuencia, consumen mucha más electricidad.
La expansión incontrolada de la inteligencia artificial corre el riesgo de socavar décadas de avances en la descarbonización. Gobiernos y empresas se encuentran ante un desafío crucial: responder a la enorme demanda energética de la IA sin comprometer los objetivos climáticos. Por ahora, sin embargo, la prioridad parece ser la velocidad de acceso a la energía, incluso a costa de sacrificar las promesas verdes.
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