En 1977 dos sondas, Voyager 1 y Voyager 2, fueron lanzadas hacia lo desconocido. Casi medio siglo después siguen operativas, suspendidas en los confines del espacio interestelar.
A mantenerlas con vida no son paneles solares ni baterías recargables, sino una fuente de energía nuclear tan silenciosa como fiable: los generadores termoeléctricos de radioisótopos, más conocidos como RTG. Su corazón es el plutonio-238, un combustible raro y valioso que ha acompañado las misiones más ambiciosas de la historia espacial. Hoy, sin embargo, un nuevo elemento aparece en el horizonte. Se llama americio y podría inaugurar una era en la que las sondas sobrevivan durante siglos, no solo décadas. Un cambio que no afecta únicamente a la ingeniería, sino también a la geopolítica del espacio.
Por qué la energía nuclear es indispensable en el espacio profundo
La energía solar funciona magníficamente cerca de la Tierra. Alimenta satélites, estaciones orbitales e incluso algunos rovers marcianos. Pero su eficacia disminuye rápidamente con la distancia. En Júpiter la luz es 25 veces más débil que en la Tierra; en Plutón, casi mil veces. Confiar en el Sol significaría montar paneles gigantescos, totalmente impracticables.
Los RTG han resuelto el problema transformando el calor del decaimiento radiactivo en electricidad, sin partes móviles y con una fiabilidad sorprendente. Los generadores de las Voyager, del tamaño de un cubo de basura, han proporcionado desde 1977 cientos de vatios, garantizando continuidad operativa durante casi medio siglo. Es esta estabilidad la que convierte al plutonio-238 en un material insustituible… al menos hasta ahora.
Plutonio-238: el combustible que ha dominado la exploración espacial
Con una vida media de 88 años y una elevada potencia térmica, el plutonio-238 se ha convertido en el standard de la exploración científica en el Sistema Solar. Alimentó los generadores colocados en la Luna por las misiones Apolo, permitió a la sonda Cassini resistir en los abismos oscuros de Saturno y sostiene aún hoy los rover presentes en Marte.
Pero este isótopo no existe en la naturaleza. Debe producirse en reactores especializados y, tras el fin de la Guerra Fría, las reservas estadounidenses se redujeron. Solo en 2015 se reanudó la producción, pero a un ritmo modesto, con pocos cientos de gramos al año, insuficientes para sostener un programa espacial en expansión. En este contexto entra en juego el americio como posible alternativa.
Americio: un tesoro oculto en los desechos nucleares
El americio-241, la variante útil para el espacio, tiene una vida media de 432 años. Una duración cinco veces superior a la del plutonio-238, lo que lo hace ideal para misiones diseñadas para atravesar generaciones. Su característica más sorprendente, sin embargo, es su origen, ya que surge espontáneamente en los residuos nucleares, cuando el plutonio-241 decae.
Reino Unido y Europa poseen cantidades significativas de este elemento, acumuladas a lo largo de décadas de actividad civil. En lugar de construir costosas instalaciones para producir nuevo plutonio, bastaría con extraer el americio de los depósitos existentes. De este modo se podría transformar un problema tecnológico en un recurso estratégico.
Las diferencias entre Plutonio y Americio
El plutonio gana en términos de potencia. Produce cinco veces más calor que el americio por cada gramo de material. Para obtener la misma energía, un RTG de americio debe ser más grande y pesado, un compromiso que cuenta muchísimo cuando se construye un vehículo espacial.
El americio, sin embargo, ofrece una perspectiva completamente distinta: no tanta potencia, sino resistencia. No misiones de alto consumo energético, sino expediciones lentas, destinadas a sobrevivir siglos entre las estrellas.
Europa ya está en marcha. Desde hace años la Universidad de Leicester, junto con la Agencia Espacial Europea, desarrolla generadores de americio, tanto en versión completa como en forma de pequeñas unidades térmicas para calentar instrumentos en entornos extremadamente fríos. Para Europa, además, el americio representa autonomía. Tras el fin de la cooperación con Rusia y la escasez de plutonio estadounidense, este nuevo combustible se ha convertido en una de las pocas vías realistas para alimentar futuras misiones como el rover Rosalind Franklin.
El americio encuentra aplicación ideal en sondas concebidas para operar a muy baja potencia con instrumentos científicos destinados a observar lunas heladas, sondas que vagan por el espacio interestelar o misiones como la Interstellar Probe de la NASA, diseñada para alcanzar distancias de hasta 150 mil millones de kilómetros de la Tierra.
Un nuevo equilibrio geopolítico en la exploración espacial
Durante décadas el monopolio del plutonio-238 garantizó a Estados Unidos una ventaja significativa en la exploración del Sistema Solar. La aparición del americio, disponible en grandes cantidades en Europa, podría redibujar este escenario.
En el futuro, ambos combustibles podrían convivir. El plutonio para misiones de alta demanda energética, el americio para sondas lentas, longevas e independientes de los canales tradicionales de suministro.
El plutonio-238 ha escrito algunas de las páginas más extraordinarias de la aventura humana en el espacio. El americio podría escribir las próximas. Es menos potente, pero mucho más duradero. No enciende destellos de energía, pero mantiene con vida instrumentos científicos durante tiempos que superan con creces la duración de las civilizaciones humanas.
Desde las profundidades oceánicas hasta las fronteras interestelares, este elemento —hoy presente incluso en los detectores de humo comunes— podría convertirse en la clave para misiles, sondas y rover destinados a funcionar cuando las generaciones que los lanzaron ya no existan.
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