Tras más de medio siglo de dominio de la familia Assad, el pasado 8 de diciembre Bashar al-Assad fue destituido de la presidencia siria, generando un terremoto geopolítico en Oriente Medio. La caída del leader sirio, quien se mantuvo en el poder a pesar de años de conflicto civil, abre ahora un nuevo capítulo para el futuro del país, entre intereses energéticos, rivalidades internacionales y planes de reconstrucción.
La carrera por los activos energéticos sirios
En 2011, cuando el levantamiento contra el régimen de Assad se convirtió en guerra civil, Siria producía alrededor de 400,000 barriles diarios (bpd) de petróleo crudo, generando ingresos vitales para la economía nacional. Europa, hasta ese momento, importaba crudo sirio por un valor superior a los 3.000 millones de dólares al año, con refinerías en Italia, Alemania y Francia adaptadas específicamente al petróleo «Souedie» y «Syrian Light«. Además, el sector de gas natural también contribuía significativamente, con una producción diaria de 316 mil millones de pies cúbicos.
Estos recursos atrajeron durante décadas a gigantes internacionales como Shell, Total y Petrofac, pero los conflictos de 2011 congelaron casi todas las actividades extractivas. Sin embargo, con la caída de al-Assad, Estados Unidos, Rusia, Turquía y la Unión Europea parecen decididos a reclamar un papel primordial en la gestión de los vastos recursos del país.
Renacen los antiguos planes estadounidenses para controlar los recursos sirios, con Rusia y China como obstáculos
Según fuentes cercanas a la administración Obama, Estados Unidos había preparado planes detallados para la gestión de Siria tras la era Assad ya en 2011, convencidos de que el régimen colapsaría rápidamente. Dichos proyectos incluían el desarrollo de un oleoducto estratégico que transportaría gas desde Catar, a través de Siria, hacia Turquía y Europa. Con la destitución de al-Assad, estos planes podrían ser reactivados, buscando integrar a Siria en la red energética global controlada por Occidente.
La presencia rusa en Siria fue fundamental para la supervivencia del régimen de al-Assad. Con inversiones en el sector energético, como la rehabilitación de la planta térmica de Alepo y la construcción de centrales eléctricas, Moscú consolidó su influencia en la región. Las bases militares rusas, entre ellas Tartus y Khmeimim, representan asset estratégicos vitales, tanto para las operaciones en el Mediterráneo como para la proyección del poder ruso a nivel global.
La reciente apertura de negociaciones entre Moscú y el grupo rebelde Hayat Tahrir al-Sham (HTS) para garantizar la continuidad de los proyectos energéticos rusos en Siria subraya la importancia del país para el Kremlin, que busca preservar su presencia militar y política en la región.
Turquía también quiere su parte
Turquía, miembro de la OTAN, también se ha movido rápidamente para proponer la reconstrucción del sector energético sirio. Con la vista puesta en los recursos petrolíferos y de gas natural del país, Ankara parece dispuesta a negociar con los nuevos actores en el poder, reforzando su papel regional y consolidando los vínculos energéticos con Europa.
De lo expuesto, resulta evidente que el futuro de Siria será moldeado no solo por la reconstrucción de las infraestructuras energéticas, sino también por la competencia entre grandes potencias para el control estratégico del país. Estados Unidos ve en Siria una oportunidad para contrarrestar la influencia rusa e iraní en la región, mientras que China, a través de Belt and Road Initiative, busca integrar al país en una red comercial que refuerce su presencia global.
Con la destitución de Bashar al-Assad, Siria se encuentra en una encrucijada histórica. Las grandes potencias mundiales tienen todas un interés en determinar el destino del país, pero el riesgo de una fragmentación política y social sigue siendo alto. La reconstrucción y la gestión transparente de los recursos deberían ser fundamentales para garantizar un futuro de estabilidad y desarrollo. Sin embargo, en un contexto marcado por rivalidades internacionales e intereses contrapuestos, el camino hacia la paz parece aún largo e incierto.
Es imposible prever quién se impondrá en la carrera por apropiarse de los recursos naturales de Siria, pero está bastante claro desde ahora que no serán los sirios quienes tengan el control ni quienes se beneficien de ellos.
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