Cuando Borís Yeltsin dejó la presidencia de la Federación Rusa, su decisión fue tanto esperada como sorpresiva. Dimitió el 31 de diciembre de 1999, allanando el camino para su primer ministro, Vladímir Putin, quien asumió el liderazgo del país al inicio del nuevo milenio, el 1 de enero de 2000. Desde ese momento, Putin se convirtió en el hombre más poderoso de Rusia y en una figura clave en la escena mundial que todos conocemos.
Resulta sorprendente descubrir que el entonces nuevo presidente de la Federación Rusa no era un político de carrera. Su ascenso al poder, de hecho, también se debió a que no representaba una amenaza directa para las élites políticas. Pero, ¿cómo logró Putin llegar a la cima del poder y mantener firmemente su posición durante más de dos décadas?
Nacido en una familia pobre
Vladímir Vladímirovich Putin nació el 7 de octubre de 1952 en Leningrado, hoy San Petersburgo. Su padre, también Vladímir, era un obrero y exsoldado que luchó durante el asedio de Leningrado. Su madre, María, ya había perdido a dos hijos antes del nacimiento de Vladímir. La familia vivía en condiciones de extrema pobreza, compartiendo un apartamento con otras dos familias. Este entorno difícil marcó profundamente la infancia de Putin.
De niño, Putin era conocido por su temperamento inquieto y, en ocasiones, se involucraba en peleas con sus compañeros. Estos comportamientos pusieron en riesgo su carrera futura, pero también le enseñaron a canalizar su energía hacia el deporte. Se interesó en el Sambo, un arte marcial ruso, y más tarde en el Judo, una disciplina que practicó con pasión y que lo hizo conocido incluso a nivel internacional. Inicialmente, su rendimiento escolar era mediocre, pero la posibilidad de unirse a un club deportivo lo motivó a mejorar. También el estudio del alemán en la escuela influyó en su futuro, proporcionándole habilidades lingüísticas útiles para su carrera posterior.
Curiosamente, Putin no mostró inicialmente interés por la política. De joven, evitó unirse a la rama juvenil del Partido Comunista, a pesar de las presiones de profesores y compañeros. Sin embargo, una pasión que lo acompañaba desde la infancia era el espionaje. Inspirado por libros y películas soviéticas sobre espías, soñaba con ingresar al KGB. Según una historia, tal vez apócrifa, en 1968, siendo un adolescente, Putin se presentó en la sede del KGB en Leningrado para preguntar cómo podía unirse a la organización. Le dijeron que estudiara derecho, consejo que lo llevó a esforzarse más en sus estudios, logrando ingresar a la Universidad Estatal de Leningrado.
Ingreso al KGB: un sueño de infancia hecho realidad
A pesar de las advertencias de amigos y mentores sobre la dura realidad de trabajar en el KGB, Putin estaba decidido. Durante sus estudios universitarios, desarrolló un profundo respeto por la ley y el orden, valores que definirían su futura labor. Tras una pasantía en el departamento criminal del Ministerio de Transporte, fue reclutado por el KGB en 1975.
En 1976, Putin se convirtió en teniente y comenzó a trabajar en el Segundo Directorio Principal, el departamento de contraespionaje del KGB. Allí aprendió a reclutar informantes y a vigilar a los enemigos internos de la Unión Soviética. El KGB, a menudo descrito como un estado dentro del estado, controlaba todos los aspectos de la sociedad soviética, y Putin asimiló lecciones cruciales sobre disciplina y discreción. Después de seis meses, fue asignado al departamento de intelligence extranjera.
Contrario a la imagen popular de los espías, el trabajo de Putin era a menudo monótono. La periodista y biógrafa Masha Gessen describió su rol como dedicado principalmente a recopilar recortes de periódicos, una contribución a la inmensa cantidad de información producida por el KGB.
Ambicioso pero discreto
A pesar de ello, Putin se destacó por su dedicación y meticulosidad. Ambicioso pero discreto, estaba decidido a avanzar en el KGB. Tras años vigilando a extranjeros en Leningrado, en 1985 fue enviado al Instituto de la Red Banner Institute para un entrenamiento avanzado en intelligence extranjera, lo que representó la verdadera «escuela de espionaje» de sus sueños de infancia.
Sin embargo, su carrera sufrió un contratiempo. Sus inclinaciones hacia el combate y algunos comportamientos impidieron su ascenso a los rangos más altos de los servicios secretos. Fue asignado a Dresde, en Alemania Oriental, donde colaboró con el KGB y la Stasi, la policía secreta alemana. Durante los últimos años del bloque oriental, Putin se sumergió en la cultura alemana y cumplió sus tareas con diligencia, sentando las bases para su futura carrera política.
La Rusia postsoviética entre crisis, oportunidades y contradicciones
La caída del Muro de Berlín en 1989 marcó el inicio del colapso de Alemania Oriental y un punto de inflexión para Vladímir Putin. En aquel entonces, como agente de la KGB en Alemania Oriental, Putin fue testigo impotente del desmoronamiento de la influencia soviética en la región, mientras Moscú luchaba por mantener el control sobre su propia maquinaria burocrática. Ese mismo año, regresó a Rusia y encontró un país sacudido por las reformas sociales y económicas de Gorbachov, Glasnost y Perestroika, que aceleraban el fin de la Unión Soviética.
Como para muchos rusos, el futuro era incierto: una era estaba llegando a su fin, y el caos predominaba en el intento de construir un nuevo sistema. Putin, oficial de la KGB, enfrentó esta transición intentando abandonar la agencia en dos ocasiones sin éxito al principio. Sin embargo, tras el fracaso del golpe de Estado de 1991, sus renuncias fueron finalmente aceptadas, poniendo fin a una carrera que hasta entonces había definido su vida.
De la sombra de la KGB al lado de Sobchak
Después de dejar la KGB, Putin comenzó a trabajar como asistente del rector en la Leningrad State University, en un puesto que mantenía vínculos no oficiales con los servicios secretos. Fue en ese periodo cuando conoció a Anatoly Sobchak, profesor de derecho y aspirante a reformador democrático. Sobchak reclutó a Putin para su campaña electoral en el consejo municipal en 1990, y, aunque conocía su pasado en la KGB, no le dio importancia. Cuando Sobchak se convirtió en alcalde de San Petersburgo en 1991, Putin fue nombrado vicealcalde, un paso crucial hacia su entrada en la política activa.
En San Petersburgo, Putin desempeñó un papel central como jefe del Comité de Relaciones Exteriores, mientras enfrentaba acusaciones de corrupción. Un caso especialmente polémico involucró un acuerdo de 93 millones de dólares para importar alimentos a cambio de materias primas. Según investigaciones, los alimentos nunca llegaron, y Marina Salye, concejal, acusó a Putin de ser responsable. Aunque no surgieron pruebas de que Putin obtuviera beneficios personales, el episodio generó dudas sobre la transparencia de su gestión.
Bajo Sobchak, la ciudad intentó transformarse en una «Las Vegas rusa«, pero la iniciativa estuvo marcada por la corrupción y el crimen. Durante ese tiempo, Putin viajó frecuentemente a Alemania para establecer vínculos económicos y culturales, experiencias que lo influenciaron profundamente, al mostrarle el contraste entre Occidente capitalista y el ex bloque soviético.
El final de Sobchak y el ascenso de Putin
En 1996, Sobchak perdió la reelección frente a Vladímir Yakovlev, un exaliado. Acusado de corrupción y conducta antidemocrática, Sobchak fue obligado a abandonar Rusia. Putin, leal a su mentor, mantuvo un vínculo con él incluso después. Esta lealtad hacia Sobchak y su desconfianza hacia quienes lo traicionaban se convirtieron en rasgos distintivos del futuro líder ruso.
Tras la caída de Sobchak, Putin encontró nuevas oportunidades en el círculo de Boris Yeltsin. La Rusia de los años 90 estaba en tumulto: la transición al capitalismo había fomentado la corrupción y el crimen, mientras Yeltsin enfrentaba una guerra impopular en Chechenia y problemas de salud. Fue en este contexto que Putin comenzó a ascender hacia los niveles más altos del poder.
Durante su tiempo en San Petersburgo, Putin adquirió valiosas lecciones sobre cómo manejar el poder y los riesgos que conlleva. A pesar de las controversias que marcaron sus primeros años en la política local, consolidó habilidades que definirían su ascenso en la escena política nacional. Con el apoyo de Yeltsin y la experiencia acumulada bajo Sobchak, Putin ingresó gradualmente a la élite política rusa, listo para jugar un papel destacado en la recuperación del país.
De outsider a líder indiscutible de Rusia
En agosto de 1996, el destino de Vladímir Putin dio un giro importante. Convocado a Moscú para una entrevista con un miembro del gobierno de Yeltsin, la oportunidad pareció esfumarse. Sin embargo, en lugar de regresar a San Petersburgo con las manos vacías, Putin consiguió un nuevo cargo como adjunto de Pavel Borodin en la dirección presidencial para la gestión de propiedades estatales. Su tarea era recuperar propiedades soviéticas en el extranjero, un encargo que le abrió las puertas de la política nacional. En marzo de 1997 fue ascendido, destacándose por su lucha contra la corrupción y por imponer orden en sectores gubernamentales fuera de control.
Su reputación como funcionario eficiente y no involucrado en las luchas internas del Kremlin le valió, en 1998, el nombramiento como director del FSB, sucesor de la KGB. En esta posición, Putin modernizó la agencia, introduciendo reformas e iniciativas de vigilancia relacionadas con el incipiente internet. Su gestión, marcada también por escándalos y tensiones en Chechenia, le garantizó mayor confianza de Yeltsin, quien en 1999 lo nombró Primer Ministro, allanando el camino hacia la presidencia.
Putin se mostró un leader eficaz durante la segunda guerra en Chechenia, mejorando la gestión del conflicto en comparación con el pasado. Esto consolidó su popularidad, convirtiéndolo en la elección ideal para Yeltsin como sucesor. En diciembre de 1999, Yeltsin renunció, dejando a Putin como presidente interino. La victoria en las elecciones de 2000 confirmó la confianza depositada en él.
La construcción de un sistema de poder
Durante sus dos primeros mandatos presidenciales, Putin consolidó el control sobre los medios y la política interna, limitando las libertades pero garantizando una estabilidad que muchos rusos consideraban necesaria. Al final de su segundo mandato en 2008, evitó el límite constitucional ocupando el cargo de Primer Ministro bajo la presidencia de Dmitry Medvédev, manteniendo, sin embargo, el poder efectivo. Regresó a la presidencia en 2012, fortaleciendo aún más su dominio.
Putin siempre ha sentido una cierta nostalgia por la grandeza de la Unión Soviética, aunque se distanció del comunismo. Su famosa frase: “Quien no lamente la desaparición de la Unión Soviética no tiene corazón. Quien desee que vuelva no tiene cerebro” refleja esta ambivalencia. En el ámbito interno, ha promovido valores tradicionales, fortaleciendo los lazos con la Iglesia ortodoxa y evocando las glorias del imperio zarista.
Lealtad, autoridad, estabilidad y pragmatismo
Putin ha construido una red de lealtades que abarca oligarcas, políticos y funcionarios, recompensando a quienes lo apoyan y castigando severamente a los traidores. Esta estructura, junto con un control rígido de los media y una autoridad consolidada, le ha permitido mantener el poder firmemente. A pesar de las acusaciones de represión y asesinatos selectivos de opositores, Putin sigue siendo una figura central en la política rusa, representando la continuidad entre el pasado soviético y el presente federal.
Además de ser un estratega político hábil, Putin ha demostrado comprender los mecanismos profundos de Rusia, desde las dinámicas municipales hasta las federales. Su visión prioriza la estabilidad sobre la libertad, una filosofía que ha guiado su enfoque autoritario pero pragmático en el gobierno. A través de una gestión cuidadosa de las constituciones y un control minucioso del poder, ha moldeado un sistema político hecho a medida para su leadership.
De este breve excursus, podemos afirmar con certeza que Putin es un hombre complejo, que pasó de la nada a un poder que pocos en la historia han alcanzado. Lo amemos o lo odiemos, ha sido y sigue siendo una de las figuras más importantes del siglo XXI.
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