El lado oscuro de los plátanos: la historia olvidada de Chiquita

Detrás de la sonrisa de Miss Chiquita se esconde una historia de violencia, explotación e injerencias políticas que ha marcado profundamente a América Latina.

Si entramos en cualquier supermercado para comprar plátanos, con toda probabilidad encontraremos frutas con la icónica etiqueta azul ovalada que lleva el logo de Chiquita. Un símbolo aparentemente inofensivo, incluso alegre, que sin embargo oculta una de las historias más oscuras y olvidadas del colonialismo empresarial en el continente americano.

De United Fruit Company a Chiquita: un legado tóxico


Antes de llamarse Chiquita Brands International, la multinacional era conocida como United Fruit Company (UFC), una de las empresas estadounidenses más poderosas y controvertidas del siglo pasado. La UFC no solo controlaba gran parte del comercio de plátanos en América Latina, sino que también jugaba un papel activo y a menudo determinante en la política interna de varios países de la región.

El caso más emblemático es el de Guatemala: en 1954, el presidente democráticamente elegido Jacobo Árbenz fue derrocado mediante un golpe de Estado militar orquestado por la CIA. ¿La razón? Las políticas de reforma agraria que amenazaban los intereses de la UFC, propietaria de vastas extensiones de tierras sin cultivar. Este evento marcó el inicio de una larga guerra civil que duró hasta 1996, con consecuencias devastadoras para la población indígena.

La United Fruit Company no se limitaba a controlar las tierras: también monopolizaba infraestructuras fundamentales como redes ferroviarias, puertos y telecomunicaciones, convirtiéndose en un Estado dentro del Estado. En Guatemala, controlaba el 75% del mercado de exportaciones de plátano y era el principal empleador. Pero el precio pagado por la población fue altísimo: hoy, casi el 22% de la población indígena guatemalteca vive en condiciones de extrema pobreza, sin acceso a servicios esenciales como agua potable, saneamiento básico y viviendas dignas.

No satisfecha con las ganancias obtenidas en Guatemala, la UFC también se expandió a Colombia, donde en 1928 fue responsable indirecta (pero crucial) de otra tragedia: la Masacre de las Bananeras. Miles de trabajadores se declararon en huelga exigiendo, entre otras cosas, ser pagados en efectivo en lugar de vales canjeables solo en tiendas de la empresa. El ejército colombiano, presionado por la UFC, abrió fuego, matando a miles de manifestantes.

De la represión armada a la corrupción actual

Ni siquiera el cambio de nombre y logotipo logró redimir a la compañía. Bajo su nueva identidad de Chiquita Brands International, la empresa admitió públicamente haber pagado cerca de 2 millones de dólares a escuadrones paramilitares de derecha en Colombia, responsables del asesinato de leader sindicales. El Departamento de Justicia de Estados Unidos multó a la compañía con 25 millones de dólares.

El cambio de marca de la UFC a Chiquita no solo sirvió para encubrir un pasado incómodo, sino que también perpetuó estereotipos tóxicos. El nuevo logo (Miss Chiquita Banana) es una caricatura sexualizada y «exótica» de la mujer latinoamericana, que refuerza visiones coloniales y sexistas. Pero no termina ahí: en uno de los primeros anuncios animados, una figura grotesca y caricaturesca de un hombre negro intenta comerse a un hombre blanco. Es Miss Chiquita quien «civiliza» la escena, hablando de buenos modales y alimentación correcta con un lenguaje que recuerda el discurso de las potencias coloniales en sus «proyectos de civilización«.

Un consumo sostenible también debe ser consciente de las historias empresariales

La historia de la United Fruit Company y su rebranding en Chiquita nos recuerda que la sostenibilidad no puede limitarse a los aspectos medioambientales. Es necesario desarrollar una conciencia crítica frente a las prácticas empresariales, especialmente aquellas multinacionales que construyeron su fortuna sobre la violencia, la explotación y la discriminación.

Seguir consumiendo sin saber quién se beneficia y quién, en cambio, sufre pérdidas, a menudo humanas, es una forma de complicidad pasiva. La historia nos enseña que incluso las decisiones más cotidianas, como la de comprar un plátano, pueden ser profundamente políticas.

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