¿Acero verde o rearme? Europa debe elegir entre verde o la guerra

El compromiso de Europa con la producción de acero de bajas emisiones está tambaleando por el elevado coste del hidrógeno verde y de la electricidad.

La Comisión Europea ha prometido miles de millones de euros para reforzar las capacidades militares de los países miembros, duplicando también los compromisos dentro de la OTAN. Una carrera armamentista motivada por la necesidad de llenar los vacíos dejados por la ayuda militar a Ucrania y por una supuesta amenaza en el frente oriental. Pero para fabricar tanques, artillería e infraestructuras militares se necesita acero. Y no cualquier acero: Bruselas quiere acero green.

Una exigencia que, sin embargo, podría poner en riesgo todo el plan industrial de defensa. Porque el acero verde, producido con hidrógeno obtenido mediante electrólisis alimentada por energías renovables, cuesta mucho más que el acero tradicional. Tanto, que incluso los gigantes del acero empiezan a dar marcha atrás.

ArcelorMittal se retira, ThyssenKrupp resiste (con dificultad)

Precisamente esta semana, ArcelorMittal, uno de los mayores productores mundiales, ha anunciado la cancelación de sus proyectos de conversión al hidrógeno verde en dos plantas alemanas, a pesar de los 1.500 millones de euros prometidos por el gobierno alemán en subsidios. Demasiado caro, incluso con apoyo público.

Distinta, al menos por ahora, es la posición de ThyssenKrupp, que sigue invirtiendo en acero verde aunque denuncia una profunda crisis en el sector. Una crisis que ya ha llevado al anuncio de un recorte del 40% en la plantilla y de una reducción del 25% en la capacidad productiva (datos de Financial Times).

¿El principal problema? El coste de la electricidad.

Dos caminos para la descarbonización, ambos costosos

El acero es un elemento clave en la transición verde europea. Pero su producción es una de las actividades industriales que más energía consume. Para reducir las emisiones, la UE apuesta por dos tecnologías: el hidrógeno verde y los hornos de arco eléctrico. Ambas, sin embargo, dependen de un suministro masivo y constante de electricidad renovable.

Pero la energía solar y eólica, aunque limpia, no es ni estable ni barata. Y la electrólisis –el proceso que permite obtener hidrógeno verde– consume enormes cantidades de energía para un rendimiento relativamente bajo. El resultado es un producto final demasiado costoso para atraer a la industria pesada. Según Eurofer, el negocio del acero verde en Europa no es sostenible.

El tiempo apremia y escaseará el acero “made in EU”

Europa necesita acero no solo para defensa y seguridad, sino también para construcción, transporte, infraestructuras e incluso para instalar aerogeneradores. Reducir la dependencia de las importaciones se convierte así en un objetivo estratégico, pero a costos razonables. Exigir además que ese acero sea verde parece hoy un lujo incompatible con la urgencia.

Aquí es donde la Unión Europea se enfrenta a un dilema: ¿perseguir la neutralidad climática o rearmarse rápidamente? Ambos caminos, al menos a corto plazo, parecen incompatibles. La crisis energética, alimentada por una transición acelerada y mal planificada hacia las renovables, ha disparado los costes industriales. Y la respuesta de la UE –el carbon border adjustment mechanism (CBAM)– busca frenar las importaciones baratas y contaminantes, pero no resuelve el problema de fondo.

¿Una transición sin plan, una industria sin futuro?

La velocidad con la que se quiere llevar a cabo la transición verde es en sí un factor de riesgo. Markus Krebber, de RWE, lo dijo claramente: “La velocidad determina los costes”. Y esta misma prisa ha llevado a decisiones cuestionables, como intentar sustituir el carbón por hidrógeno verde antes de que la tecnología fuera económicamente viable.

Ahora, la realidad impone un cambio de ritmo. La industria del acero está eligiendo la supervivencia económica sobre la sostenibilidad ambiental, apostando por fuentes energéticas accesibles y previsibles, como la nuclear en Francia. Mientras tanto, los competidores asiáticos siguen inundando el mercado europeo con acero barato y altamente contaminante, contra el cual el CBAM puede hacer poco.

En pocas palabras, Europa se ve obligada a elegir entre dos prioridades vitales: prepararse para la guerra o ganar la batalla climática. Hacer ambas cosas al mismo tiempo parece cada vez más una ilusión.

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