La pregunta que circula cada vez más entre economistas y responsables políticos es simple e inquietante: ¿qué querrá importar China en el futuro?
La respuesta que surge desde Pekín es igualmente clara, pero nada tranquilizadora. En un país que ve la autosuficiencia como garantía de seguridad nacional, casi nada parece destinado a ser comprado en el extranjero, salvo temporalmente y solo mientras la industria doméstica recorre el último tramo tecnológico.
Con excepción de algunas materias primas y de los bienes más sofisticados —semiconductores, software avanzado, aviones comerciales y maquinaria de altísima precisión— China aspira a producirlo todo internamente. No solo para satisfacer su propia demanda, sino también para exportar. Las ambiciones industriales y tecnológicas del país están ya tan avanzadas que muchas de las importaciones actuales se consideran una fase transitoria.
Esta visión viene acompañada de una profunda percepción de vulnerabilidad, pues Pekín considera que el uso de restricciones a la export por parte de Washington es un intento de contener su ascenso. De ahí la determinación de reducir cualquier forma de dependencia del exterior.
¿Un mundo sin intercambios comerciales?
Según el Financial Times, el punto central, sin embargo, no es la autosuficiencia en sí, sino las consecuencias globales de una China que ya no quiere comprar bienes del extranjero. Si un país del que muchos dependen para la expansión industrial deja de importar, ¿cómo puede el resto del mundo seguir comerciando con él?
Las economías avanzadas —de Estados Unidos a Europa, pasando por Japón y Corea del Sur— necesitan exportar para sostener el empleo. Si China ofrece todo lo que requieren sus consumidores y sus empresas y al mismo tiempo inunda el mercado global con sus exportaciones, el equilibrio comercial internacional se vuelve insostenible.
La reciente revisión al alza, por parte de Goldman Sachs, de las previsiones del PIB chino para 2035 lo demuestra con claridad. El aumento de las estimaciones no traerá mayor demanda global, sino una erosión de las cuotas de mercado ajenas, sobre todo europeas. Alemania, en particular, corre el riesgo de un impacto negativo de hasta 0,3 puntos de crecimiento en los próximos años.
Las soluciones posibles y las imposibles
La respuesta más lógica debería llegar de la propia Pekín. China podría estimular el consumo interno, revaluar su moneda, eliminar los obstáculos estructurales que limitan la demanda y frenar los subsidios a favor de la producción industrial. Sin embargo, las prioridades señaladas en las directrices del próximo plan quinquenal muestran una orientación opuesta: en los primeros puestos siguen la manufactura y la tecnología, mientras que el consumo aparece solo en tercer lugar.
Como subraya el análisis del Financial Times, esto deja a los demás países solo dos caminos. El primero consiste en volverse más competitivos, reduciendo costes y rigideces, favoreciendo la innovación y la productividad. Un recorrido que implica reformas profundas y una revisión del papel del estado del bienestar, no porque sea indeseable, sino porque no resulta sostenible en un contexto de competencia global tan agresiva.
La segunda vía es la que muchos temen: el retorno al proteccionismo. Si China continúa exportando mucho e importando poco, las economías avanzadas podrían verse obligadas a defender sectores industriales enteros mediante aranceles y barreras. Un enfoque potencialmente devastador para el sistema comercial global y no exento de riesgos geopolíticos, considerando la probable reacción de Pekín.
Un equilibrio que se está rompiendo
La verdad es que China, al perseguir una estrategia mercantilista cada vez más rígida, corre el riesgo de convertir el comercio global en un juego de suma cero. Si Pekín comprará del extranjero solo materias primas esenciales y unos pocos bienes de consumo, el resto del mundo se verá obligado a hacer lo mismo, reduciendo drásticamente la complejidad y la interdependencia que han caracterizado las últimas décadas de globalización.
El nudo no es político ni ideológico, sino estructural. Sin flujos comerciales recíprocos, no existe un mercado global que pueda perdurar mucho tiempo. Y el tiempo para corregir esta ruta se está agotando rápidamente.
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