Vivir más de un siglo: historias y récords de longevidad extrema

Un viaje por los récords de longevidad revela historias extraordinarias. Genética, estilo de vida y equilibrio emocional parecen ser los hilos sutiles que entretejen las vidas de los supercentenarios.

La idea de superar el siglo de vida fascina a la humanidad desde siempre. Entre documentos oficiales, investigaciones científicas y testimonios históricos, emergen figuras extraordinarias que han vivido muy por encima de las expectativas de su época y de las nuestras. Un panorama de los casos verificados muestra no solo cuánto puede extenderse la vida humana, sino también qué factores —biológicos, culturales y conductuales— pueden contribuir a alcanzar metas aparentemente imposibles.

Las mujeres en la cima de la longevidad

Si hay un dato que llama la atención de inmediato, es la abrumadora predominancia femenina en los récords de longevidad. Las diez personas más longevas jamás documentadas son todas mujeres, un resultado que confirma un trend observada durante décadas en demografía.

En primer lugar destaca un nombre ya legendario: Jeanne Calment, francesa, que vivió hasta los 122 años y 164 días. Nacida en 1875, atravesó tres siglos y fue testigo de revoluciones tecnológicas, sociales y culturales. Su estilo de vida, caracterizado por hábitos mediterráneos y por un sorprendente equilibrio entre placeres moderados y actividad física constante, suele citarse como ejemplo de “longevidad en práctica”.

Justo detrás encontramos figuras como Kane Tanaka en Japón y Sarah Knauss en Estados Unidos. Esta última, fallecida a los 119 años, era conocida por su temperamento tranquilo: un rasgo que el personal de la residencia donde vivía recordaba como parte fundamental de su vitalidad excepcional. De Francia a Canadá, de Japón a Jamaica, cada historia parece guardar una combinación única de genética, entorno y carácter.

Los hombres más longevos: récords más contenidos, pero igualmente sorprendentes


Al observar los récords masculinos, se nota un límite ligeramente inferior respecto al de las mujeres, aunque igualmente extraordinario. El primado pertenece a Jiroemon Kimura, japonés, que alcanzó los 116 años y 54 días. Su filosofía de vida era simple y rigurosa: mantenerse activo y levantarse de la mesa cuando aún se tiene un poco de hambre, siguiendo el antiguo principio nipón del hara hachi bunme.

Detrás de él, hombres procedentes de Estados Unidos, América Latina y Europa muestran cómo la longevidad extrema no es patrimonio exclusivo de una sola región geográfica. Sus historias cuentan una mezcla de moderación alimentaria, actividad física, comunidades sólidas y, en ocasiones, un toque de fortuna genética.

¿Por qué viven más las mujeres?

La ciencia ha intentado durante años dar respuesta a esta pregunta. La longevidad femenina parece tener raíces tanto biológicas como conductuales. Por un lado, las hormonas femeninas —en particular el estrógeno— ofrecen cierta protección cardiovascular. Por otro, los estudios conductuales muestran que las mujeres tienden a evitar con mayor frecuencia actividades de riesgo y malos hábitos que pueden acortar la vida.

Investigaciones recientes realizadas en diversas especies de mamíferos refuerzan esta idea: tener dos cromosomas X parece proporcionar una mayor capacidad de resistencia a mutaciones dañinas, una ventaja biológica que podría traducirse en una vida más larga.

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